A la hora del amor se está a merced del otro en todos los sentidos. Y no sé si esté bien o mal, pero una necesita percibir un poquito de control. Y ese momento viene al sentirlo eyacular, en su jadeo ronco y viril que me pone chinita la piel; en la repentina tensión en sus brazos y piernas que ocurren como un latigazo. Pero sobre todo, en su inevitable necesidad de quietud. Ha de ser como si te dieran un beso después de cogerte, pero sin hacer nada.
Imagino que en este breve texto, se llegan a decir muchas situaciones de sexo de la pareja.
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Lo que sucede durante el acto —creo yo— es perdonable siempre, por muy salvaje que una haya sido. Lo que deja secuelas permanentes es la sensación que se tiene al recoger la ropa, al vestirse y al salir de ahí.
Una espera que el hombre tenga, si no el mismo temor, al menos algo parecido.
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Eso que comentas es muy interesante. De hecho se plantea en situaciones, como bien dices a veces «salvajes» en las relaciones de Bdsm se habla largo y tendido sobre el rol de cada uno antes y después por ejemplo. Pero escribir sobre ese punto, lo que puede pensar cada uno durante y después de un acto sexual intenso, en cierta ocasión una escritora me dijo que debería hacerse un relato a cuatro manos entre un hombre y una mujer, porque sus puntos de vista deberían mezclarse en la acción.
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A mí me encantaría hallar el punto de vista del hombre, saber qué está pensando, si sólo se tira a disfruta las sensaciones o si está estresado tratando de dar lo mejor de sí. Una parte de «mi hora de comer» la dedico a leer blogs, buscando esa perspectiva.
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Sería como sacar un denominador en común debido a que hay muchos hombres distintos. El experimento citado daría sólo una cara del cristal.
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Sí, tienes razón.
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